CALDERÓN

O

BENDITOS SEAN LOS MANSOS.

   

              Se estrena esta obra el 10 de Noviembre de 1890. Es su novena obra y la realiza junto a Celso Lucio, un amigo con el que ya había realizado Sociedad Secreta.

Dedican esta obra nuevamente al actor Emilio Carreras y al empresario del Teatro Eslava señor Amaré.

Emilio Carreras desempeñará el papel principal de Aniceto Calderón, pianista de profesión.

Es una obra magistral de enredos, equívocos y situaciones de solución compleja como podremos comprobar. Arniches abandona la etapa simbólica, pero el mensaje que nos deja aquí, en su número 18: ¡Benditos los mansos!, porque sólo con mansedumbre y tranquilidad se pueden sobrellevar estos disgustos.

Se celebra una fiesta en una casa acomodada. La señora de la casa, Dolores no ha avisado a su marido de que ha contratado a un pianista: Aniceto Calderón. El marido, señor Manso, encuentra la tarjeta de Calderón en las cosas de su mujer y no puede más de la indignación. Dolores tiene el contacto de Calderón por su amiga Teresa, que junto a su marido, el sr. Cordero, también acuden a la fiesta. La hija de los Manso, Solita, espera ver en la fiesta a Arturito, su novio, y poder presentárselo a sus padres. Atención al nombre completo de Arturo que veremos en la parte final de la obra.

Aniceto Calderón, interpretado por el actor cómico Emilio Carreras, es cojo, va vestido con un chaqué mojado porque se ha caído intentando llegar a tiempo. Entra en la fiesta y le ceden una americana del señor Manso mientras le secan su ropa. El coge unos merenguitos cuando es sorprendido por el jefe de la casa que ya sabe qué es Calderón, el mismo de la enigmática tarjeta que tenía su mujer. El sospecha que es su amante y está dispuesto a batirse en duelo al amanecer.

(Acto I, Escena X)

MANSO.- ¿Y usted sabe quién soy yo?

CALDERÓN.- No tengo el honor de…

MANSO.- Yo soy el dueño de la casa.

CALDERÓN.- Muy señor mío, me tiene usted a sus órdenes, todo cuanto tengo es de usted (hasta la americana.)

MANSO.- No disimule usted; lo sé todo.

CALDERÓN.- ¿Todo?

MANSO.- Todo. ¿No tiembla usted?

CALDERÓN.- ¡Sí, señor…, de frío!

MANSO.- ¿De modo que no teme usted mi enojo? ¿Usted cree que a mí se me engaña impunemente?

CALDERÓN.- (Anda, ya lo sabe.) Mire usted, la verdad, no es culpa mía.

MANSO.- ¿Cómo?

CALDERÓN.- Su señora, tenía interés en ocultárselo.

MANSO.- ¡Miserable…! Siga usted; quiero saberlo todo antes de vengarme.

CALDERÓN.- (¡Caracolillos, vengarse!) Pues mire usted, mi parecer era que usted se enterara, porque al fin lo había usted de saber, y a nadie le gusta que le engañen.

MANSO.- De modo que ella…

CALDERÓN.- No quería decirlo.

MANSO.- ¿Y usted?

CALDERÓN.- Prefiero que lo sepa.

MANSO.- Caballero, observo que tiene usted la manga ancha.

CALDERÓN.- No es mucho (Mirando la manga de la americana.)

MANSO.- ¿Y confiesa usted que ha escrito una tarjeta diciendo que estaría usted aquí a las diez?

CALDERÓN.- Sí, señor.

MANSO.- ¿Y usted sabe lo que se merece el que viene a una casa honrada a perturbar la tranquilidad, a llevarse lo que no le pertenece?

CALDERÓN.- (¡Atiza! Ya ha conocido la americana.) Caballero, yo le diré a usted…

MANSO.- ¡Basta! Le probaré a usted que soy un hombre de honor y que no consiento que sobre mí caiga una mancha.

CALDERÓN.- (¡Qué embustero!) (Mirando las manchas de la americana.)

MANSO.- Y que las manchas se lavan.

CALDERÓN.- (Con bencina.) Sí, señor.

MANSO.- Por lo tanto, no puedo consentir que nadie me engañe; va usted a entrar en ese cuarto, y un amigo de mi confianza vendrá inmediatamente a entenderse con usted.

CALDERÓN.- Pero…

MANSO.- Ni una palabra más.

CALDERÓN.- ¡Pero señor de Manso!

MANSO.- Al encierro.

 

En la escena XII se da otro diálogo de besugos entre Calderón y Solita, la cual sospecha que Calderón es el marido que le quiere imponer su padre. Le dice que desista, que tiene otro rival, Arturo, pero Calderón piensa que es ¡otro pianista!

 

Solita se encuentra con Arturito, cantan al amor y ésta le indica en qué habitación está Calderón para que vaya a convencerla de que desista.

 

Arturito se pavonea de que ya ha tenido otros duelos, pero que acabaron merendando en el Campo del Moro.

Campo del Moro. Jardín que fue declarado de interés Histórico – Artístico en 1931. www.wikipedia.org

 

Arturo entra en la habitación con Calderón y éste cree que es el otro pianista que le hará la competencia. Calderón le propone ir a medias en la velada, y Arturito entiende ir a medias con Solita.

 

(Acto I, Escena XIV)

CALDERÓN.- ¡Hombre…! ¡No sea usted egoísta! Mire usted; usted podría tocar hasta las diez y media, y yo de la media para arriba.

ARTURITO.- ¡Caballero…! ¿Qué está usted diciendo? ¡Calle usted! (Se levanta.)

CALDERÓN.- Bueno, hombre, tocaré de la media para abajo; si me da igual.

Como vemos, estos dos no se van a poner de acuerdo. Arturito se va y entra Cordero, amigo íntimo de los Manso y encargado de concretar el duelo a muerte. Se citarán en el Retiro y los padrinos acudirán a su casa en la calle Morería, 37.

www.wikipedia.org

 

Esta calle se encuentra junto al Campillo de las Vistillas, y fue el lugar en el que Alfonso VI, tras la conquista de Madrid en 1083, permitió que vivieran los moros derrotados. En esta calle vivió Répide, el cronista más antiguo de la villa de Madrid, así como un joven Pablo Iglesias Posse (1850- 1925) fundador del PSOE. (10)

 

Aniceto Calderón no puede más e intenta fugarse de aquél infierno de Mansos y Corderos, pero es interceptado por Dolores, la cual le tranquiliza ya que sospecha que le han tomado por otro, ¡el que se liga a Teresa, la mujer de Cordero! El lío va en aumento. Dolores le pide que aguarde.

 

(Acto I, Escena XVI)

CALDERÓN.- ¡Vaya líos…! ¡Cuando digo yo que tengo mala pata! (Cojea.)

 

Calderón aguarda. Arturo vuelve a visitarle y cantan juntos el miedo que se tienen.

(Acto I, Escena XVII)

CALDERÓN.- Entonces, ese señor que ha venido a desafiarme, ese Cordero…

ARTURITO.- Ese cordero no es mío. Yo vengo a proponerle a usted la paz, porque es lo que yo digo, si le doy un tiro a ese señor y le hago estirar la pata…

CALDERÓN.- Me haría usted un favor. (Levantando la pierna coja.)

….

 

ARTURITO.- ¿Entonces, no somos rivales?

CALDERÓN.- ¡Claro! Ni usted es pianista, ni yo quiero a la muchacha.

ARTURITO.- ¡Qué error!

CALDERÓN.- ¡Qué horror, digo yo! Porque ahora caigo en una cosa… ¿usted viene aquí nada más que por una mujer?

ARTURITO.- Nada más.

CALDERÓN.- Ahora comprendo por qué han venido a desafiarme. Me han confundido con usted.

ARTURITO.- ¿Conmigo?

CALDERÓN.- Sí, huya usted…, váyase usted, joven.

ARTURITO.- ¿Pero por qué?

CALDERÓN.- ¡Porque le andan buscando para matarle…!

ARTURITO.- ¡Cáscaras!

CALDERÓN.- Me lo ha dicho la señora de la casa…

ARTURITO.- Pero… matarme a mí… ¡Ay, Dios mío…! ¡Pero…!

 

Están los dos personajes aterrorizados, cuando sale el señor Manso, hablando para sí mismo sobre la venganza que iba a tener lugar mañana mismo… y le interrumpe Calderón intentando excusarse…

 

(Acto I, Escena XVII)

MANSO.- (Ya está medio arreglado el lance, ¡Mañana mataré a ese infame! (Dice esto sin reparar en los otros dos personajes.)

CALDERÓN.- (Voy a hablarle.) Ya sabrá usted, señor Manso…

MANSO.- (Cogiéndole por la camisa.) ¡Cómo! ¿Todavía está usted en esta casa?

CALDERÓN.- Sí, señor; pero no tire usted tanto que se va a romper la americana.

MANSO.- ¿Y a mí qué me importa?

CALDERÓN.- ¡Vaya si le importa!

MANSO.- Lo que yo quiero romperle a usted es el alma.

CALDERÓN.- (No sabe nada.) Mire usted, señor Manso, tranquilícese, y yo le contaré que está usted engañado. Yo no soy yo.

MANSO.- ¿Cómo?

CALDERÓN.- Que yo soy este (Señalando a Arturito.) es decir, que usted me toma por otro, y el otro es éste; y yo soy yo, y no soy el otro; porque el otro es éste.

MANSO.- Explíquese más claro.

CALDERÓN.- Pues más claro; ustedes me tienen esa antipatía porque creen que yo he venido a esta casa por una mujer…

MANSO.- ¡No lo repita usted!

CALDERÓN.- Sí, señor; porque yo no vengo aquí a eso. El que viene por una mujer, de quien está locamente enamorado, es este caballero.

MANSO.- ¿Usted?

ARTURITO.- (Me ha descubierto, pues pecho al agua.) Sí, señor, yo la amo, y si usted se opone a nuestro amor, me suicidaré, y ella se meterá monja.

MANSO.- ¡Infame!  ¿De modo que usted es Calderón…? (Se arroja sobre él, pero Arturito huye dando vueltas por la escena.)

ARTURITO.- No, señor.

CALDERÓN.- Calderón soy yo.

MANSO.- ¿Entonces son dos mujeres?

CALDERÓN.- No, señor, una.

MANSO.- ¿O dos Calderones?

CALDERÓN.- Uno nada más. Este es el de la mujer.

MANSO.- ¿La mujer de quién? Venga usted acá; usted confiesa que viene aquí…

ARTURITO.- Porque la quiero.

MANSO.- ¿Pero a quién?

ARTURITO.- Pues a esta. (Viendo a Solita, que sale por el foro con doña Dolores.)

 

(Acto I, Escena XIX)

ARTURITO.- Pues yo soy Arturito Cascarrabias y Fuenterrabía del Melonar…, novio de Solita y empleado cesante como oficial quinto de la clase de sextos de la sección de Calamidades Públicas del Ministerio de la Gobernación.

CALDERÓN.- (Y con cuerda para veinticuatro horas.)

ARTURITO.- Y tengo el honor de pedir a usted la mano de Solita.

MANSO.- De modo que  usted ha venido aquí…

ARTURITO.- Por la mano.

DOLORES.- Es claro, y este señor…

CALDERÓN.- Por las dos manos. (Acción de teclear.)

MANSO.- De modo que la tarjeta del señor Calderón…

DOLORES.- Me la mandó Teresa, indicándome que estaba complacida en mi deseo de traer a un pianista.

MANSO.- Ya decía yo que no podía caer una mancha semejante sobre ningún manso.

CALDERÓN.- (Bienaventurados los Mansos.)

 

El señor Manso accede al noviazgo de Solita y Arturo; todo se arregla excepto el chaqué de Calderón, que al traérselo Rosa ve cómo una marca de la plancha se lo ha echado a perder. Manso contrata a Calderón como pianista para todo el año y se despide con unos versos.

 

CALDERÓN.-     (Al público.)

Ahora a tocar y a bailar.

Ya tengo colocación.

¡Qué más puedo desear?

¡Si ustedes quisieran dar

un aplauso a Calderón!

 

Orquesta

 

Telón

 

RESUMEN DE LOS MENSAJES DE ARNICHES

 

MENSAJE NÚMERO 18: Bienaventurados los mansos, porque todos los líos se resuelvan como éste, de forma feliz y divertida. De nada sirven los duelos: nada arreglan y complican todo,  sacando lo peor de cada persona.

 

BINLIOGRAFIA

10.- Segura Graiñó, Cristina (2004). «Testimonios del Madrid medieval: El Madrid musulmán. El origen islámico de Madrid y las relaciones con los reinos cristianos». Madrid, España: Museo de San Isidro